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Neuronas y banqueros tacaños



Volver al trabajo después de todo un año es una tarea difícil. Tras un año sabático, en el que había estado tratando de encontrarme a mí mismo, regresaba al trabajo con exactamente las mismas dudas existenciales que cuando me marché, y lo que es peor, todo en la empresa seguía exactamente donde lo dejé un año antes. Sofía con sus cascos y sus pintas de hacker ochentera. Gaznápiro odiándome un poco más si cabía y el Sr. Lego, entrando como siempre en la oficina cabizbajo y mascullando. En fin, la vida seguía por el mismo lugar que la dejé.
Habían pasado ya tres días desde mi regreso y Gaznápiro ya me había asignado el mismo marrón del que hacía un año pensé que me había librado, así que aquella mañana no estaba yo de muy buen ánimo. Para mejorar la estampa, el Sr. Lego llegó mascullando como siempre, pero esta vez un poco más colorado y enfurecido que de costumbre.

- ¡Malditos bancos! Me voy a llevar la nómina y la hipoteca a otro lado... -gruñó el Sr. Lego.

- Hombre, buenos días. -dije- Veo que a usted tampoco le hace gracia que le roben.

El Sr. Lego me miró de soslayo y terminó diciendo: Quince años de cliente y ahora me deniegan un mísero préstamo de 6.000 euros. Y encima me vienen con la milonga de que es el ordenador el que me ha clasificado como cliente de riesgo y que no pueden hacer nada.

Vaya, otra víctima de una fría y malévola red neuronal. -dije tratando de quitar hierro al asunto.

- Pues no le veo la gracia. -protestó el Sr. Lego- Además, no sé como un ordenador, o una red neuronal de esas que usted dice, puede decidir si yo soy o no un cliente de riesgo.

Miré al Sr. Lego con una mezcla de lástima y desesperación por la promesa de una larga mañana de lamentos.

- Está bien Sr. Lego, si se tranquiliza y mejora su humor, prometo explicárselo.